sábado, 24 de octubre de 2015

AYOTZINAPA: "ESTRELLA ROJA" el "QUINTO AUTOBUS"...el "relato" de "Relax y el Fresco".


En el quinto autobús podrían estar las respuestas a la embestida contra los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Ese autobús, oculto durante mucho tiempo en la investigación oficial, se habría convertido en un cohete terrestre, en una lancha motorizada, en un taxi seguro para los narcos que exportan heroína a Chicago. Ese dice la hipótesis que podría explicarlo todo: el ataque, la saña, la desaparición forzada..

En ese quinto autobús viajaron Relax y El Fresco, dos de los muchachos normalistas sobrevivientes al ataque en Iguala, quienes reconstruyen su estancia en el vehículo, la sospechosa actitud el conductor y de los policías que los obligan a bajar de él. Sus testimonios fueron recogidos por Tryno Maldonado, columnista de emeequis, en el libro Ayotzinapa. El rostro de los desaparecidos, que editorial Planeta acaba de publicar y con cuyo permiso publicamos este capítulo..

A
las 20:35 de la noche del 26 de septiembre, Bernardo Flores, titular de la Cartera de Lucha, recibió una llamada de auxilio. Diez de los normalistas que habían tomado un camión en el entronque de Huitzuco fueron secuestrados al interior de la terminal de Iguala. El Estrella de Oro 1568 arrancó a toda velocidad desde los alrededores de la caseta de Iguala para ir a liberarlos. El Estrella de Oro 1531 en el crucero de Huitzuco hizo lo mismo.
Vamos a sacar a nuestros compañeros de la terminal, dijo Bernardo Flores. Es el objetivo. Después nos regresamos a Ayotzi. Ya saben lo que hay que hacer. No deben separarse. ¿Entendido?
Las más de 45 cabezas en el Estrella de Oro 1568 asintieron en silencio.
Minutos después de las 21:00, los estudiantes se embozaron las cabezas con las camisetas y bajaron a toda prisa en los andenes de la terminal. Liberaron con piedras a los diez detenidos y decidieron que, ya que estaban en el nido de las líneas de autobuses, no se irían con las manos vacías.
Estamos en la mera mata, dijo uno, frotándose las manos.
Fue así que los casi cien muchachos se repartieron a toda prisa. Güicho, el delegado del Comité que se sentía responsable por sus paisanos de Xalpatláhuac, hizo subir al Estrella de Oro 1568 a sus amigos Jorge Aníbal Cruz Mendoza, Marcial Pablo Baranda y Jorge Luis González Parral. A su pequeño hermano Doriam González Parral no le había permitido bajar del autobús en ningún momento porque consideraba que sería una actividad peligrosa.
Fueron tres los nuevos autobuses que tomaron los normalistas. Dos de la línea Costa Line, con números económicos 2510 y 2012. Y, además, entre las prisas y el caos, catorce muchachos se apropiaron de un Estrella Roja adicional con número 3278, ya enfilado hacia la salida y con el motor en marcha.
Ese Estrella Roja 3278 fue el único de los cinco autobuses que tomó la salida correcta, la del arco sur por la calle de Altamirano, con la intención de alcanzar la carretera a Chilpancingo.
Los otros cuatro autobuses salieron por la entrada, en dirección norte, imitando al chofer del Estrella de Oro 1531 que por meras circunstancias quedó a la cabeza del convoy.
En la nueva repartición de estudiantes en la terminal hubo confusión. Muchos de los normalistas se separaron de su grupo original. Iban con las caras cubiertas por las playeras que debían portar durante las actividades de lucha. Casi nadie se reconocía en los momentos de mayor prisa y tensión. Tenían que actuar rápido. La policía había recibido reportes de su presencia en la estación.

* * *

R
elax es un muchacho esmirriado y de aspecto soñoliento del pueblo de Amolonga. Dieciocho años. Es capaz de aprender en un día a programar en distintos códigos sin jamás haber tenido una computadora en su casa, pero tardaría otro día más en levantarse de la cama si de ello dependiera su vida. Su padre es un ingeniero en Sistemas graduado del Politécnico Nacional que optó por abandonar su carrera y regresar a la vida de campesino en las tierras de su padre en Amolonga. Fue así que Relax aprendió el trabajo del campo. Sembrando jitomate con su padre y, algunas temporadas, como jornalero sin derechos en los campos de Baja California por unos pocos pesos.


Relax es alumno de recién ingreso de la generación 2014 y uno de los veinte miembros de la Casa del Activista. La decisión de entrar a Ayotzinapa la tomó en parte por solidaridad con su mejor amigo de la infancia, Marco Antonio Gómez Molina, a quien conocían como el Pelón por su frente amplia, pero que en Ayotzi fue bautizado como Tuntún. Marco Antonio mide metro cincuenta. Relax y Tuntún se dejaron de dirigir la palabra en la secundaria por un lío relacionado con una novia. Se reencontraron en el Conalep durante la preparatoria, pero no se hablaban más que para lo imprescindible. No fue sino hasta poco antes de decidir que viajarían a la semana de prueba en Ayotzinapa desde su natal Amolonga, que los dos amigos de la infancia se reencontraron. Marco Antonio Gómez Molina, El Tuntún, es uno de los normalistas desaparecidos del Estrella de Oro 1568.
La mañana del 26 de septiembre de 2014 el grupo de Relax, el C, tuvo su primera clase del año lectivo, de 9:00 a 12:00. Después de clase, a los seis activistas de su grupo la Cartera de Higiene los envió a trabajar en los basureros. Debían recolectar las botellas de Pet para reciclarlas, una práctica cotidiana de la Normal. Los activistas del grupo C que acompañaron a regañadientes a Relax hasta el basurero fueron Patrón y Ometepec, así como los desaparecidos Luis Ángel Abarca Carrillo, El Amiltzingo; Jorge Álvarez Nava, El Chabelo, y Jhosivani Guerrero de la Cruz, también conocido como El Coreano.
Del salón de clases se dirigieron hasta el almacén de la Cartera de Higiene por los rastrillos para barrer y, así, sin muchas ganas, Relax y los otros se metieron al basurero de la Normal, detrás de la zona de lavaderos.
Qué asco, dijo Relax.
Podría estar peor, paisa, dijo Jorge Álvarez. Podrían ser los chiqueros.
Peor que esto imposible, dijo Jhosivani.
Ya, paisas, dijo Patrón, siempre imperativo. A trabajar. Entre más rápido terminemos, mejor.


La basura les llegaba hasta las rodillas y debían caminar alzando pesadamente las piernas como astronautas en la Luna. Llevaban rastrillos de aluminio para barrer hojarasca que ellos utilizaban para segregar los desperdicios en busca del valioso plástico de reciclaje. Era tan denso el mar de basura que, en el lapso de una hora, tres de los rastrillos se rompieron. Cada hallazgo lo gritaban. Iban echando en cajas las botellas de Pet y otros se encargaban de trasladar las cajas llenas a los contenedores más grandes.
Aunque jamás rehuían del trabajo, Jorge y Jhosivani fueron los dos activistas de nuevo ingreso que más padecieron entre los desperdicios. Eran de los más aprehensivos. Jhosivani caminaba entre la basura con su porte de practicante de artes marciales, cuello largo y estilizado, de carácter nervioso e introvertido. Visto de lejos, Jhosivani parecía un tímido Bruce Lee de Omeapa practicando tai chi entre la basura. Cuando parecía que reía, Jhosivani en realidad se moría de nervios.
Jorge Álvarez, por su cuenta, no dejaba de cantar mientras rastrillaban los papeles, las latas y la porquería para alegrarles la mañana a sus colegas. De hecho, casi nunca dejaba de cantar. Lamentaba cada día no haberse llevado al internado su guitarra Yamaha. Cuando los activistas empezaron a tararear la letra de la misma canción que cantaba Jorge, supo que lo había conseguido. El buen Jorge. Así era. Amable y empático. Por eso era tan querido entre los de primero.
Una hora y media más tarde, olorosos desde los pies hasta la coronilla, los activistas corrieron a bañarse. Normalmente hubieran tenido que hacer una enorme fila para tomar un turno en las regaderas, pero ese día el baño de la Casa del Activista era todo para ellos. Se tomaron su tiempo y se lavaron a conciencia. Tendrían una reunión más tarde con un COPIS, pero nunca llegó. El resto del día lo tuvieron libre.
A las 13:40 se reencontraron los activistas en el comedor. En pocos minutos, ya eran veinte los muchachos repartidos en dos mesas. La imagen de Lenin, Lucio Cabañas y Marx a sus espaldas.
Por la tarde, alrededor de las 17:30, Relax corrió al estacionamiento de la Normal para la actividad de lucha de la tarde y no tuvo tiempo de cambiarse. Llevaba el pantalón de mezclilla azul desteñido con bolsas de cargo en los costados con el que había nadado entre los desperdicios. Olía de veras mal. Cuando se subió a uno de los dos autobuses Estrella de Oro que esperaban con los motores encendidos, los muchachos así se lo hicieron saber. Los que estaban a su lado se taparon la nariz o se alejaron.
¡Puercos!, gritó el Komander cubriéndose la cara con la camiseta cuando subió al camión. ¿Quién comió rata?


Relax se hundió en su asiento, abochornado.

Los miembros de la Casa del Activista de recién ingreso jamás se separaban. Los veinte subieron a los dos autobuses con el resto de los alrededor de setenta pelones. Ninguno de los activistas pensaba dejar a sus amigos.
Las actividades de lucha como aquella eran producto del consenso de las bases. Es decir, de los más de cuatrocientos alumnos de la Normal. Ningún profesor ni director tenía injerencia alguna sobre las actividades de los normalistas.
Esa noche, los normalistas se repartieron en el corazón de la terminal de Iguala en cinco camiones. El Relax, que llegó en el Estrella de Oro 1531, se tomó todo el movimiento con calma, por lo que no alcanzó a subir en los primeros dos Costa Line.
Miren allá, dijo uno de los activistas que seguían de pie en el patio de los andenes.
Relax y su grupo creyeron tener la mejor fortuna de todas cuando miraron hacia la dirección opuesta en que se desarrollaban las maniobras con los autobuses. Mientras los demás pelones corrían en desorden a tomar los dos Costa Line con números 2012 y 2510, Relax, siempre sereno y sin prisas, divisó con sus compañeros un rutilante ómnibus Estrella Roja en el sector este de los andenes. Marchaba a vuelta de rueda y ya iba listo para partir por la puerta sur.
No podía creer semejante suerte.
Los otros cuatro autobuses se hicieron enredos para conseguir salir en fila por la puerta equivocada, la puerta de entradas, en dirección norte. El suyo saldría como en un día de campo. Ese tipo de placeres era lo que Relax disfrutaba más de la vida. Mayores resultados al menor esfuerzo.
Relax fue el último en subir al Estrella Roja 3278, quitarse la capucha y recostarse a pierna suelta sobre los dos asientos delanteros, justo detrás de la cabina del operador.
Buenas noches, chof, dijo Relax.
Buenas, muchacho.
Apóyenos con la causa.
¿Ayotzi?
¿Hay otra?
Arránquese pues, mi chof, dijo uno de los activistas.
El chofer obedeció de inmediato. Ah, la vida era buena.


En ese Estrella Roja viajaban, entre otros pelones de la Casa del Activista, el Fresco, el Mañas,Cartílago, Scrapy, el Soto, el Cacahuate, la Chiquis, la Jenny, Fox y el Corne. Creyeron que la noche para ellos había terminado. Le indicaron al operador que tomara rumbo a casa con la idea fija de que el resto del convoy los alcanzaría tarde o temprano. Pidieron al chofer que pusiera una película y los catorce normalistas se recostaron a sus anchas en dos asientos por cada uno.
Volvían contentos y con la misión cumplida.
En cierto momento, los 14 muchachos escucharon las torretas de las patrullas a lo lejos, pero no le dieron importancia. El Estrella Roja siguió avanzando por la calle de Altamirano rumbo al Periférico Sur.
Relax se estaba arrullando con la marcha tersa del motor cuando el sonido de un celular lo arrancó de la modorra. Se tocó los bolsillos y se dio cuenta de que había olvidado el suyo.
¿Mi amor?, dijo el chofer.
Relax se incorporó en su asiento con el pelo revuelto y los ojos adormilados para escuchar con atención. El chofer del Estrella Roja le explicaba a alguien que decía ser su esposa la situación en la que se encontraba. Los muchachos de Ayotzi habían tomado su unidad. Ya no iría a Cuautla, su ruta de esa noche. Iría a Tixtla saliendo por el Periférico Sur hacia Chilpancingo.
Algo andaba mal, pensó Relax.
Mi amor, no sé cuántos días vaya a estar en Ayotzi con la unidad, dijo el chofer. Necesito que me traigas mis papeles.


Después de cortar la llamada, el chofer ralentizó la marcha, puso las luces intermitentes y estacionó la unidad con el motor encendido. No habían llegado aún al Periférico.
Muchachos, dijo en voz alta.
Los normalistas asomaron las cabezas por el pasillo.
Muchachos, tengo que hacer algo antes de salir a carretera.
Los activistas fruncieron el ceño. La actitud del operador los puso repentinamente de malas. El día de campo había terminado.
El Fresco, que era mayor que los pelones y miembro de la Cartera de Orden, se puso de pie y fue a ver qué era lo que quería aquel hombre.
Denme chance, dijo el chofer. Necesito que mi esposa me traiga unos papeles.
¿Papeles?, dijo El Fresco extrañado. A donde vamos no necesita papeles.
Apoyo la causa, dijo el chofer con las manos unidas. Apóyenme a mí.
Papeles, papeles… dijo El Fresco.
Los activistas parlamentaron algo y, no de muy buena gana, accedieron.
Tiene cinco minutos, chof. Ni uno más.


Pero los cinco minutos se extinguieron y nadie apareció por ahí. A los diez minutos de esperar en la calle los normalistas se estaban impacientando.
Esto está muy raro, dijo uno de los muchachos.
La alegría y la satisfacción iniciales se habían ido.
Sentados al filo de los asientos, muchos de los 14 miraban erguidos con las barbillas puestas en las cabeceras de los asientos de adelante.
Papeles… dijo El Fresco otra vez y chasqueó la lengua.
Los activistas se veían ansiosos. Miraban por las ventanillas con sospechas.
Se gastó sus minutos, chof. Arranque.
Mi mujer viene en un taxi. Ya no tarda.
Quince minutos y contando.
Pero… dijo.
Arranque.


Eran más de las 22:00 horas cuando sonó el celular del Fresco.
¡Nos están disparando!, dijo Güicho. Acaban de matar a uno.
Del otro lado de la línea llegaban las series de detonaciones aumentadas varias octavas del tono real por la pequeña bocina.
Verga.
Los 13 estudiantes vieron la cara empalidecida del Fresco y eso bastó para que entraran en pánico. Estaba todo dicho.
¡Arranque de una vez!
Pero…
¡Písele!


Los activistas perdieron la compostura al enterarse de lo que sucedía en Juan N. Álvarez con tres de los camiones. Los nervios se propagaron. Relax dejó su cómoda posición en el primer asiento. Se irguió, las rodillas apoyadas en el sillón, atento.
El Estrella Roja arrancó a una velocidad considerable hasta alcanzar por fin el Periférico Sur. Avanzaban por el Periférico cuando los normalistas notaron un comportamiento errático en la circulación. Los coches se echaban en reversa a lo lejos, daban la vuelta, y volvían en sentido contrario. Avanzaban cautos, las preventivas encendidas, y hacían titilar las luces altas como prevención de algo. Cuando pasaban junto al Estrella Roja realizaban señas para que se devolvieran. Relax vio cómo uno de los conductores de esos carros hizo ademanes de armas de fuego con las manos.
Adelante había ocurrido una balacera.
El Fresco recibió una segunda llamada. Era Acapulco, desde Juan N. Álvarez.
¡Regrésense a ayudarnos!, dijo desesperado. ¡Nos están disparando!
A unos 100 metros de distancia del puente elevado conocido como El Chipote, cerca del Palacio de Justicia de Iguala, los tripulantes del Estrella Roja vieron las luces de las torretas de al menos tres patrullas. Un tumulto de coches de civiles había sido detenido. Una motocicleta atravesada en el carril bloqueaba el paso y el tráfico era devuelto por donde había llegado. Se distinguía bajo el puente una cortina de neblina o tal vez de humo.
Los muchachos ordenaron al chofer que diera vuelta de inmediato. Volverían para apoyar al convoy de Juan N. Álvarez.
El Estrella Roja se enfrascó en realizar la complicada maniobra para girar ciento ochenta grados en el tráfico. Entre la llovizna y las luces de colores de las patrullas, los pelones comprobaron con terror que el vehículo que se hallaba en el epicentro del cerco de la policía no era otro que el Estrella de Oro 1531 en el que casi todos ellos habían salido esa tarde de Ayotzinapa. Estaba baleado, vacío y sin luces. Quedó detenido como el cascajo de una ballena encallada sobre el carril derecho de la carretera.
Mierda.
No sólo eran municipales los que custodiaban la zona debajo del puente, sino policías federales y ministeriales.
Paisas, dijo El Fresco desde la cabina para alertarlos. Quítense las playeras.
Estaba sudando.
¿Qué pasa?
Una patrulla. Que no vean que somos de Ayotzi.


Los 13 muchachos obedecieron. Se empalmaron las camisetas que habían usado como pasamontañas sobre las que ya traían puestas.
Una patrulla federal le dio alcance al Estrella Roja por el carril izquierdo. El camión debió hacer alto.
No digan nada, dijo uno de los estudiantes. Hagan como que son pasajeros.
Los policías de la patrulla se apearon. El chofer abrió la compuerta neumática y bajó al arcén. El aire fresco de la noche se filtró como un fantasma que les provocó escalofríos en la espina.
Mientras platicaban despreocupados, chofer y policías miraban descaradamente hacia el Estrella Roja y a sus pasajeros. Al interior, la atmósfera no podía estar más electrificada. Los jóvenes corazones latían como uno solo y, por su intensidad, era casi posible escuchar ese latido colectivo al exterior. Ahora más que nunca les resultaba sospechosa esa llamada a la supuesta esposa del operador. ¿Qué tanto hablaba ahora con los policías? Y más sospecha adhería el hecho de que su autobús, el Estrella Roja 3278, hubiera sido el único de los cinco que salió intacto esa noche. Había sobrevivido sin un rasguño al complejo operativo de persecución, al vasto despliegue de brutalidad y acribillamiento montado por el Estado contra los normalistas para evitar que salieran, vivos o muertos, de Iguala esa noche, en los autobuses tomados.
Incluso un sexto autobús, de la empresa Castro Tours en el que viajaba el equipo infantil de los Avispones de Chilpancingo fue acribillado sin piedad después de las 23:00, a la altura del cruce de Santa Teresa de la misma carretera. El equipo de futbol había sido confundido con normalistas. En el ataque murió uno de los niños, el conductor y una mujer, dejando a muchos heridos de gravedad.
¿Todas las corporaciones policiales y la inteligencia del Estado, los pistoleros del narco y el Ejército trabajando en coordinación y conjunto esa noche en Iguala para llegar a este último camión Estrella Roja y, cuando lo tienen delante como a los otros que acababan de despedazar a tiros, simplemente dialogan con el chofer y no lo tocan?
Para nadie era un secreto que se hallaban parados en el epicentro de uno de los mayores centros de cultivo de amapola y producción de goma de opio del continente. Tampoco que Iguala fuera el inicio de la ruta de heroína hacia Chicago. ¿Era eso? ¿Había un cargamento de heroína o de dinero sembrado en el Estrella Roja?
Lo cierto es que, durante la posterior investigación del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, el Estrella Roja presentado por el Estado mexicano como prueba no coincidía con el Estrella Roja de esa noche. Había desaparecido.
Relax algo le olía tan podrido como el basurero en el que había nadado esa mañana.
Vamos a tener que bajar, dijo El Fresco.
¿Qué?
Actúen como si nada, paisas. Acuérdense, somos pasajeros.


Fueron arremolinándose en el pasillo. Se mordían las uñas o se tocaban mucho la cara. Pero nada más poner un primer pie sobre el suelo mojado de la carretera, el plan se vino a pique. Los catorce muchachos fueron venadeados con linternas y encañonados a unos seis metros de distancia por policías armados con pistolas 9 milímetros y fusiles AR-15.
Muévanse, cabrones, dijo un policía. Nada más muévanse y verán.
Somos estudiantes, dijeron. Vamos rumbo a Chilpancingo.
Hagan una pendejada y verán.
Vamos de vuelta a Ayotzinapa. Déjennos salir.


Hijos de la chingada, dijo otro de los policías. Pero querían venir a hacer su desmadre, ¿no?
Fueron momentos de alta tensión.
A ver, atrévete a disparar, dijo uno de los muchachos de pie sobre la carretera.
Se hicieron de palabras.
En lo que duró la bronca de gritos e insultos de ambas partes, varios de los catorce normalistas fueron recogiendo piedras de la cuneta que les quedaba a la mano.
Tiren esas piedras, cabrones, gritaron de repente los policías sin dejar de encañonarlos.
Los normalistas enseñaron las palmas vacías a la altura de los hombros.
Pendejo, dijeron ellos. ¿Por qué nos apuntas?
Pinches vándalos. Bola de revoltosos.
Baja tu arma, cabrón.
Hubo un segundo de duda entre los policías.


Los muchachos comenzaron a dar pasos hacia atrás, de espaldas sobre la cinta de asfalto. Retrocedían con mucha cautela. Las suelas de sus zapatos derrapando por momentos en el suelo mojado por la llovizna persistente que no se decantaba por completo.
Desde atrás, provenientes de Iguala, se dieron cuenta de que se aproximaban en su dirección tres patrullas más.
Relax cerró los ojos y meneó la cabeza. Suspiró. Por su mente cruzó la idea de que, para él y para sus compañeros, allí había terminado todo. El final había llegado a sus dieciocho años y él, sin más remedio y con cierta pereza, le daba la bienvenida.
Fuente.-
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