domingo, 11 de junio de 2017

ENTERATE: ESTRATEGIAS para "CORROMPER" a un HIJO...cuando la corrupción empieza en casa.


Una estrategia infalible, común y corriente, para destruir éticamente a un hijo, consiste en festejar con entusiasmo el hecho de haber aprobado un examen gracias al acordeón retráctil utilizado a modo de un espanta-suegras. Me explico: el texto redactado con una letra diminuta se estira para poderlo leer, en el entendido que cuando se acerque el maestro y evitar ser descubierto, se suelta la tripita y se vuelve enrollar para quedar oculta dentro de la manga. ¿No es genial? ¿No estamos frente a un muchacho realmente talentoso y creativo, al extremo que el jefe de la familia lo felicitará con emoción desbordada con un: “ese es mi querido primogénito, llegarás lejos, muy lejos, bravo, bravísimo, estoy muy orgulloso de ti...”.
Una vez obtenida la suicida aprobación paterna, el joven de marras habrá confirmado, entre otras razones, la famosa tesis juvenil: “el que no transa no avanza”, principio devastador del que hoy se queja una buena parte de la sociedad carcomida por un pavoroso cáncer. Resulta evidente que el alumno estaba cometiendo, en la proporción que se desee, un delito al estar engañando al profesor, a la escuela, a sus padres y finalmente a él mismo. Eso se llama corrupción e impunidad porque el defraudador de la confianza no será nunca sancionado por la irregularidad cometida, sino que todavía será homenajeado…
A partir de ese ejemplo quisiera tratar de demostrar, en estas breves líneas, por qué la corrupción comienza en casa.
En el imperio mexica, igual de sangriento que exitoso, la mentira era severamente castigada. Se cuenta que, en alguna ocasión, un padre de familia invitó a su hijo a cazar patos en el Lago de Texcoco. Los mexicas eran realmente muy ingeniosos en las artes de la cacería lacustre. Para alcanzar sus fines, cortaban una sandía a lo largo y le extraían la pulpa para usar la enorme cáscara como un casco. Acto seguido, se deslizaban en el agua nadando muy despacio, en forma apenas perceptible hasta llegar al lugar, en donde las aves, al no percibir ninguna amenaza inmediata, flotaban plácidamente. Cuando el momento era propicio, disparaban con gran habilidad unas bolitas por medio de unas cerbatanas dirigidas a la cabeza del animal que al recibir el impacto moría al instante.
El niño del cuento, diestro en el manejo de esta herramienta mortífera, la utilizó para matar a una de las codornices existentes en su casa, de gran utilidad para atacar a los alacranes y evitar las picaduras mortales. Cuando el padre descubrió al ave muerta y con la cabeza destrozada, preguntó quién había sido el autor del atentado. El pequeñito aterrorizado, culpó a su primo de los hechos, quien, por casualidad, había salido con su madre a un mercado en Azcapotzalco. Al descubrirse el embuste, el padre cortó seis espinas de nopal para perforarle a su hijo la lengua, advertido que no podría quitárselas en los próximos 3 días a título de castigo. Era evidente la existencia del rigor ético en esa fabulosa cultura que llegaba del norte del territorio purépecha hasta más allá de Guatemala.
Viene a mi mente el recuerdo de un atropello que conocí de cerca cuando cursaba el bachillerato. Un amigo mío tuvo relaciones con su novia y ésta resultó embarazada. Cuando el padre de mi colega fue informado de la terrible situación, mandó a su hijo a Estados Unidos para escapar de cualquier acusación, en lugar de obligarlo, como hombre, a responsabilizarse de su conducta. (Algo parecidos a los depravados Porkys veracruzanos). Lo enseñó a huir de los problemas para evitar cualquier escarmiento. ¿Que tipo de ciudadano iba a hacer en el futuro un sujeto “educado” con esos conceptos cavernícolas? ¿Acaso iba a respetar la legalidad durante su actuación en la vida adulta? ¿Esa es la persona que no va a corromper a la autoridad el día de mañana?
No puedo tampoco olvidar cuando siendo ya estudiante de tercer año en la Facultad de Derecho de la UNAM, un amigo me pidió que firmara una carta, junto con otros tantos compañeros, en la que yo aseverara, por consejo de su padre, un abogado, que una noche en concreto, algunos de mis condiscípulos y yo, nos habíamos acostado con su novia. Por supuesto que rechazaba la paternidad del niño que él había engendrado. Para huir del conflicto nos pidió un “fraternal” apoyo. Sobra decir que me abstuve de firmar y, además, jamás volví a dirigirle la palabra. Un día volví encontrarlo convertido en Agente del Ministerio Público. ¿Qué se podía esperar de él en esa función dedicada a proteger los intereses de la sociedad?
Si buscamos más casos para tratar de demostrar cómo en la familia mexicana se destruye éticamente un hijo, pensemos entonces en la ocasión cuando la policía de tránsito de la Ciudad de México, una de las instituciones más odiadas del país, detiene el automóvil en donde viaja la familia y ante la posibilidad de evitar la multa, el oficial solicita dinero a cambio de no levantar la infracción. Es evidente que cuando en semejante circunstancia el padre soborna a la autoridad en presencia de los suyos, la imagen de los encargados de imponer el orden y el respeto se habrá derrumbado para siempre. ¿Cómo decirles a esos menores o adolescentes, tiempo después, que corromper a la policía es un acto deleznable cuando nunca se predicó con el ejemplo? Ese individuo, con esa nefasta escuela, ¿no va a intentar sobornar a presidentes municipales, gobernadores, secretarios de Estado, jueces, magistrados y hasta el mismísimo Presidente de la República, más aún, si sabe, como lo sabe, que de su actuación jamás se desprenderán consecuencias? Tonto es el que no roba a sabiendas que en México, como bien decía Álvaro Obregón, “solo van a la cárcel los pobres y los pendejos”.
Papá, pagué una camisa y me dieron dos. ¡Qué afortunado, hijo mío, vámonos…! Papá: hace muchos días que no te veo: hijo, toma estos 3 mil pesos y cómprate lo que quieras, es una muestra de lo que te quiero… Papá: me gusta mucho la sirvienta: atácale, hijo, y si se resiste, la corremos… Papá: los vecinos tienen al servicio doméstico en el Seguro Social, ¿y nosotros? No voy a hablar de eso. Papá: ¿Tú pagas todos tus impuestos? Lo haré cuando los políticos dejen de robar…

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